3 agosto

¡Un, dos, tres por Dios que está detrás de la sonrisa del P. Justo!

Amanece nuevamente en Ipiales, el clima es templado y el silencio se ve interrumpido por nuestra alegría. Nos hemos convocado a las 8:30am para el desayuno. Todos lucíamos descansados y listos para una nueva aventura. En la mesa, estaban preparados unos ricos "sándwiches" acompañados por tazas de chocolate y unas naranjas, estábamos muy a gusto con el menú, así que lo disfrutamos bastante.

A continuación, luego de que el P. Justo terminó la acción de gracias por los alimentos, fuimos a nuestras habitaciones a preparar nuestro equipaje. Yo Felipe, me encontraba muy contento de haber podido viajar por estas tierras hechizadas con encanto y sencillez, pues se había cumplido el objetivo de visitar a cinco chicos vocacionados para nuestro instituto. Además, es difícil tocar o recrear con palabras las experiencias tan puras, que ahora forman parte de mí, gracias a personas tan bellas y momentos tan sutiles que acompañaron nuestro viaje por Nariño.



Ahora bien, listas nuestras habitaciones y preparados nuestros equipajes, salimos rumbo a Putumayo. La distribución fue la siguiente: Chucho (William), Manel, Sandra y el P. Emilio, salieron en un carro. Tina, Orlay y Jair, en otro; y Elena, Mari y yo (Felipe), nos fuimos en la camioneta del P. Justo –claro está, con este último de copiloto y Chucho de conductor.

Si bien nuestro destino era Putumayo, hicimos una parada en la ciudad de Pasto, donde visitamos el convento de las hermanas franciscanas. El P. Justo, nos comentó  que en un periodo de enfermedad, estas hermanas cuidaron de él, y como si fuera poco, lo hospedaron por casi cuatro meses sin cobrarle un solo peso, -era por este motivo las apreciaba tanto, y por esto esperaba que pasáramos a saludarlas.





El convento es precioso, a la entrada a mano derecha, las hermanas conservaban la tumba con los restos de la beata M. Caridad. Al fondo, está la entrada al santuario, donde a propósito está siempre expuesto el Santísimo. Por último, a mano izquierda, está el recibidor con la puerta para ingresar a la casa. Después de rodear el lugar, a nuestro encuentro, salió la madre superiora y evidenciando su alegría y vida interior con la forma de saludarnos, nos invitó a conocer el sitio en donde las hermanas conviven. Los pasillos eran muy amplios y la arquitectura nunca era mayor que la multitud de flores, árboles y plantas que aparecían con a medida que avanzabamos.



Después de una breve exposición del convento y las respectivas actividades que desarrollaban en las instalaciones, la madre nos convidó a conocer un museo ubicado en un segundo piso de un bloque independiente. Se trata de fotografías, objetos y documentos que se conservan desde la fundación de las primeras religiosas franciscanas en Colombia. En fin, fue un momento bastante educativo pero no por esto deja de impresionar.



Terminada nuestra visita por el convento y listos para seguir la ruta, nos despedimos del Hno. Orlay que debía regresar a Medellín y salía precisamente desde el terminal de Pasto, -Fue un momento extraño porque se interrumpió la alegría con la nostalgia-.



A continuación, saliendo del departamento de Nariño e ingresando al páramo del Putumayo, hicimos una última parada en el lago de La Cocha”. Estando allí, aunque el frío era húmedo, las personas que nos topamos y los paisajes que encontramos eran de un cálido particular. Sin embargo, antes de aventurarnos por el lago, el P. Emilio propuso que almorzáramos primero, así que conseguimos un lugar y nos instalamos. La especialidad de la casa era el pescado, en este sentido cada quien ordenó su plato.

Posteriormente, habiendo reposado y quedando todos satisfechos, un amigo de Chucho nos consiguió una pequeña lancha con la que recorrimos el lago e ingresamos a una peculiar isla que estaba en el medio.






Después del recorrido, regresamos todos a los carros, y finalmente, emprendimos camino rumbo a Santiago. Estando pues en la casa parroquial, el P. Justo nos sorprendió con una cena apetitosa, y es que –como he notado-, al padre le gusta mucho cocinar y a pesar de su limitado estado de salud, nunca ha demostrado flaquezas ni desánimos, en verdad que es una persona increíble.

De esta forma, concluimos otro capítulo en esta hermosa región colombiana. No obstante, no antes de hacer nuestra respectiva apreciación del día y de reírnos de tantas anécdotas del viaje.
¡Alabada sea la Sagrada familia!
Felipe Gallo s.f.



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